Marina Pedret


Las Cruces 
Casi las cinco de tarde, la llovizna no paraba de mojarlos. Entraron al bazar, tiraron todo para afuera. José hito y el negro Alonso estaban cerca del terraplén con cuatro campesinos más. Iban delante, los llevaron hasta la caseta del paradero. Estaban todos en hilada a un espacio de cada rail. Un alzado le dice a otro que baje y traiga del auto la gasolina. El pito del coche motor estaba cerca. Los tripulantes bajaron aterrorizados, el maquinista y el conductor también, todos se quedaron mirando. Señalaron a José hito y al negro Alonso, los hicieron subir por el trillo que va rumbo a Nuevo Mundo, pararon en una gran piedra, donde se podía ver el pueblito de Sierra Alta. De espaldas a él sonaron cuatro disparos. Al día siguiente alguien se atrevió a subir, y solo bajó cuando triunfó la revolución. 




Filigrama


Sobreabundante respiración había en las casitas de guano y piso de tierra, estaban detrás de   los jobos salvajes como escondiéndose del tiempo.
Luz y Manuel corrían de palma en palma recogiendo latas de palmiche y  escobas para venderlas por un medio a los arrieros que pasaban por allí.
Entre conversación, sus nombres y el escudo grabados, a un metro   más arriba del tronco.
- Manuel, nuestro secreto está ahí, ellos nunca miran recto, ni siquiera cuando le pegan un balazo a alguien. 
- Mira Luz, nosotros llegaremos allá donde aquellos racimos parecen alfabetizadotes buscando los que apenas conocen el significado de la palabra libertad. Es única la llave que brilla entre el sol y su altura .Un día pasarán por aquí cuando ya todo sea  nada más que monte, miraran y dirán  - ¡cuanto tiempo y ese escudo siempre ha estado ahí!


Paisaje cochemotor
Posibilidad infinita era, subir al tope de la loma y buscarle los colores al trencito cada tarde mientras Alfredo y su madre guardaba los restos de cenizas para prender la hoguera  al día siguiente. Al pie del lomerío las palmas y los carpinteros decían hasta mañana, cuando de pronto los malditos alzados  salieron detrás de las zarzas americanas.

-¿Qué hacemos Catalina?
- Sigamos, Alfredo está parado en la puerta con el rifle que era de papá, lo pone en el piso. ¡Corramos  Felina!  Ellos le están apuntando al pecho  y han  rodeado la casa, nuestro hermano  levanta el rostro y ahora mira hacia nosotras. De pronto una masa de pájaros sale volando.
Los alzados abren las cenizas encienden sus tabacos -nadie llore- dicen cuando el sonido anuncia el regreso del trencito.

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